En la crisis económica de los últimos años, era muy común escuchar a diario las cifras que indicaban el llamado riesgo país. Los especialistas explicaban que se trataba de un indicador para los probables inversores extranjeros acerca de la confiabilidad de poner sus empresas y sus capitales en estas tierras.
Desconozco como se determina esa cifra especial entrecruzando los guarismos correspondientes a la inflación, la desocupación, el respaldo económico y financiero de la Nación y otras variables que tienen en cuenta los economistas, pero, la idea me sirvió para imaginar cómo podría hacerse para determinar un probable riesgo Iglesia.
Estudios estadísticos recientes dicen que, año a año, son menos los que asisten regularmente a la misa dominical, los que practican el sacramento de la reconciliación y los que celebran su matrimonio eclesialmente. No arroja el mismo resultado si se pone la mirada en los bautismos y en los pequeños que reciben la primera comunión; quizás por una cuestión de tradición cristiana de nuestro pueblo o por aquello de que la religión es cosa de niños…
Todavía hay numerosas personas que se dicen católicos; participan, aunque a "su manera"; la religiosidad popular continúa congregando a mucha gente; los colegios católicos siguen siendo elegidos porque la familia confía en la formación que se da en ellos, aunque no adhiera plenamente al Evangelio. La sociedad muestra un rostro de bastante descreimiento y desesperanza. Incluso los que se dicen cristianos se sumergen en una incoherencia muy fuerte que permite que prevalezca la ideología del consumo por sobre los valores del mensaje de Jesús.
También hay situaciones que permiten cierto optimismo, no hay que dejar de verlas (grupos de oración, comunidades comprometidas con la realidad, movimientos apostólicos y parroquias con planes pastorales adecuados); sin embargo, pareciera que predomina la confusión.
Habría que promover una manera de vivir la fe que haga frente al escepticismo, a la indiferencia y al individualismo imperante. Ser cristiano siempre ha sido –o al menos debería ser- un compromiso con la realidad temporal, encarnando el mensaje de Jesús. Una espiritualidad que libera a la persona de sus esclavitudes, que conduce a la felicidad y que invita a vivir plenamente como hijos de Dios, y no una religión que no promueve y oprime sometiendo a un miedo irracional.
Considero que el riesgo Iglesia suma puntos cuando no se logra unir la fe con la actividad pastoral y cuando las políticas ajenas al espíritu del Evangelio predominan en las acciones públicas de sus miembros.
Pero no hay que desalentarse; siempre los tiempos de crisis desembocaron en una renovación positiva e, incluso, generaron el surgimiento de personas y comunidades que, a pesar de lo compleja que puede parecer la situación, salieron adelante volviendo a la pureza del mensaje original de Jesús.Convengamos que la Iglesia estaba muy bien acomodada en el mundo de los últimos tiempos y que, ahora, se percibe cierto desconcierto ante la nueva cultura. Este es un aspecto que puede resultar interesante para encontrar un lugar y una acción pastoral coherente aunque haya que abandonar privilegios y costumbres adquiridas con el paso del tiempo.
Las estructuras eclesiales actúan como si la sociedad siguiera siendo cristiana y no han aprendido a comunicarse con la cultura de hoy y anunciar el Evangelio con la fuerza original. No se trata de adaptarse ni de cambiar el discurso para hacerlo más agradable al hombre contemporáneo. Se trata de ser fieles a los valores enunciados en las bienaventuranzas y a las enseñanzas expresadas en las parábolas de Jesús.
Estoy seguro de que se puede proponer ser cristiano de verdad; sin concesiones. Sin estar atado a otra cosa que no sea el discernimiento de la voluntad de Dios. De esta manera bajará el riesgo Iglesia. Con valentía y contando con la fuerza del Espíritu; con la sencillez de las palomas y sin más negaciones, porque ya cantaron todos los gallos.
Juan Carlos Pisano.
Read full story
Desconozco como se determina esa cifra especial entrecruzando los guarismos correspondientes a la inflación, la desocupación, el respaldo económico y financiero de la Nación y otras variables que tienen en cuenta los economistas, pero, la idea me sirvió para imaginar cómo podría hacerse para determinar un probable riesgo Iglesia.
Estudios estadísticos recientes dicen que, año a año, son menos los que asisten regularmente a la misa dominical, los que practican el sacramento de la reconciliación y los que celebran su matrimonio eclesialmente. No arroja el mismo resultado si se pone la mirada en los bautismos y en los pequeños que reciben la primera comunión; quizás por una cuestión de tradición cristiana de nuestro pueblo o por aquello de que la religión es cosa de niños…
Todavía hay numerosas personas que se dicen católicos; participan, aunque a "su manera"; la religiosidad popular continúa congregando a mucha gente; los colegios católicos siguen siendo elegidos porque la familia confía en la formación que se da en ellos, aunque no adhiera plenamente al Evangelio. La sociedad muestra un rostro de bastante descreimiento y desesperanza. Incluso los que se dicen cristianos se sumergen en una incoherencia muy fuerte que permite que prevalezca la ideología del consumo por sobre los valores del mensaje de Jesús.
También hay situaciones que permiten cierto optimismo, no hay que dejar de verlas (grupos de oración, comunidades comprometidas con la realidad, movimientos apostólicos y parroquias con planes pastorales adecuados); sin embargo, pareciera que predomina la confusión.
Habría que promover una manera de vivir la fe que haga frente al escepticismo, a la indiferencia y al individualismo imperante. Ser cristiano siempre ha sido –o al menos debería ser- un compromiso con la realidad temporal, encarnando el mensaje de Jesús. Una espiritualidad que libera a la persona de sus esclavitudes, que conduce a la felicidad y que invita a vivir plenamente como hijos de Dios, y no una religión que no promueve y oprime sometiendo a un miedo irracional.
Considero que el riesgo Iglesia suma puntos cuando no se logra unir la fe con la actividad pastoral y cuando las políticas ajenas al espíritu del Evangelio predominan en las acciones públicas de sus miembros.
Pero no hay que desalentarse; siempre los tiempos de crisis desembocaron en una renovación positiva e, incluso, generaron el surgimiento de personas y comunidades que, a pesar de lo compleja que puede parecer la situación, salieron adelante volviendo a la pureza del mensaje original de Jesús.Convengamos que la Iglesia estaba muy bien acomodada en el mundo de los últimos tiempos y que, ahora, se percibe cierto desconcierto ante la nueva cultura. Este es un aspecto que puede resultar interesante para encontrar un lugar y una acción pastoral coherente aunque haya que abandonar privilegios y costumbres adquiridas con el paso del tiempo.
Las estructuras eclesiales actúan como si la sociedad siguiera siendo cristiana y no han aprendido a comunicarse con la cultura de hoy y anunciar el Evangelio con la fuerza original. No se trata de adaptarse ni de cambiar el discurso para hacerlo más agradable al hombre contemporáneo. Se trata de ser fieles a los valores enunciados en las bienaventuranzas y a las enseñanzas expresadas en las parábolas de Jesús.
Estoy seguro de que se puede proponer ser cristiano de verdad; sin concesiones. Sin estar atado a otra cosa que no sea el discernimiento de la voluntad de Dios. De esta manera bajará el riesgo Iglesia. Con valentía y contando con la fuerza del Espíritu; con la sencillez de las palomas y sin más negaciones, porque ya cantaron todos los gallos.
Juan Carlos Pisano.
