Saturday, April 30, 2011

Nuevo Inicio para todos...

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Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas de fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién seguirán ahora? Está anocheciendo en Jerusalén y también en su corazón. Nadie los puede consolar de su tristeza. Poco a poco, el miedo se va apoderando de todos, pero no le tienen a Jesús para que fortalezca su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es «cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a contagiar su Buena Noticia?

El evangelista Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El Resucitado está de nuevo en el centro de su comunidad de seguidores. Así ha de ser para siempre. Con él todo es posible: liberarse del miedo, abrir las puertas y poner en marcha la evangelización.

Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Sólo paz y alegría. Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre encomendó a Jesús.

Lo que necesita hoy la Iglesia no es sólo reformas religiosas y llamadas a la comunión. Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un "nuevo inicio" a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Sólo él ha de ocupar el centro de la Iglesia. Sólo él puede impulsar la comunión. Sólo él puede renovar nuestros corazones.

No bastan nuestros esfuerzos y trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el Evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Pero hemos de aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve a presentarse a los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas siguen cerradas. No es sólo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en el Resucitado. También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las dudas y miedos que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la evangelización.

José Antonio Pagola

1 de mayo de 2011
2 Pascua (A)
Juan 20, 19-31
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Thursday, April 21, 2011

¡Gracias, Padre Jorge!

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Cada Jueves Santo, en la Misa Crismal, regresamos al eterno presente de esta escena, en la que Lucas resume simbólicamente todo el ministerio de nuestro Señor. Como en torno a una fuente nos reunimos para escuchar al Señor que nos dice: Esta escritura que acaban de oír se ha cumplido hoy.

El Señor hace suyo el texto de Isaías para iluminarnos acerca de su persona y su misión. Tiene la humildad de no utilizar palabras propias; simplemente asume lo que profetiza este hermosísimo texto que es continuación del libro de la Consolación.

Nosotros como sacerdotes participamos de la misma misión que el Padre encomendó a su Hijo y por eso, en cada misa Crismal, venimos a renovar la misión, a reavivar en nuestros corazones la gracia del Espíritu de Santidad que nuestra Madre la Iglesia nos comunicó por la imposición de las manos. Es el mismo Espíritu que se posaba sobre Jesús, el Sumo Sacerdote e Hijo amado, y que hoy se posa sobre todos los sacerdotes del mundo y nos envía y misiona en medio del pueblo fiel de Dios.

En el Nombre de Jesús somos enviados a predicar la Verdad, a hacer el Bien a todos y a alegrar la vida de nuestro pueblo. La misión se despliega simultáneamente en estos tres ámbitos. En los dos primeros es claro: todo anuncio del Evangelio se traduce siempre en algún gesto concreto de enseñanza, de misericordia y de justicia. Y esto no sólo como una acción imperativa que vendría después de la reflexión. En la matriz misma de la verdad evangélica lo que ilumina es el amor, y la verdad que brilla más en las parábolas del Señor es la verdad de la misericordia de un Padre que espera a su hijo pródigo, es la verdad que impulsa a salir de sí al corazón compasivo de un Buen Pastor, la verdad que hace el bien. El tercer ámbito, el de la alegría, el de la Gloria que es la belleza de Dios, merece que le dediquemos un momento de reflexión para “sentir y gustar” la Belleza de la misión. Lucas resume la belleza de la misión del Siervo con la imagen de poder vivir un “año de gracia”. Imaginemos un momento lo que significaría para un pueblo, conmocionado incesantemente por la violencia y la inequidad, poder vivir un año tranquilo, un año de celebración y de armonía. El profeta Isaías desarrolla la belleza de la misión con tres imágenes hermosas que giran en torno a la palabra “consolar”. Somos enviados a “consolar a los afligidos, a los afligidos de nuestro pueblo”. Y la consolación consiste en cambiar su ceniza por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría, y su abatimiento por un canto de alabanza. El profeta habla de “gloria” en vez de “cenizas”, de “óleo de júbilo” y de “palio de alegría” en vez de “espíritu de acedia” o espíritu sombrío (cfr. Is. 61: 1-3).

La alegría y la consolación son el fruto (y por lo tanto el signo evangélico) de que la verdad y la caridad no son verso sino que están presentes y operativas en nuestro corazón de pastores y en el corazón del pueblo al que somos enviados. Cuando hay alegría en el corazón del Pastor es señal de que sus movimientos provienen del Espíritu. Cuando hay alegría en el pueblo es señal de que lo que le llegó –como Don y como Anuncio- fue del Espíritu. Porque el Espíritu que nos envía es Espíritu de consolación, no de acedia.

Sintamos y gustemos un instante estas imágenes de Isaías. Imaginemos a la gente como en los días de fiesta, bien vestida con su mejor ropa, con los ojos contagiados del brillo de las flores con que adorna la imagen de nuestra Señora y de los Santos, cantando y bendiciendo con unción y júbilo interior. ¡Qué bien pintan estas escenas el Espíritu con que Jesús da señales de que habita en medio de su pueblo! No son meramente decorativas. Hacen a la esencia de la misión, a la “dulce y confortadora alegría de evangelizar” que mencionaba Pablo VI, para que “el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos (el espíritu de la acedia), sino a través de ministros del Evangelio cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (Aparecida 552).

No basta con que nuestra verdad sea ortodoxa y nuestra acción pastoral eficaz. Sin la alegría de la belleza, la verdad se vuelve fría y hasta despiadada y soberbia, como vemos que sucede en el discurso de muchos fundamentalistas amargados. Pareciera que mastican cenizas en vez de saborear la dulzura gloriosa de la Verdad de Cristo, que ilumina con luz mansa toda la realidad, asumiéndola tal como es cada día.

Sin la alegría de la belleza, el trabajo por el bien se convierte en eficientismo sombrío, como vemos que sucede en la acción de muchos activistas desbordados. Pareciera que andan revistiendo de luto estadístico la realidad en vez de ungirla con el óleo interior del júbilo que transforma los corazones, uno a uno, desde adentro.

El espíritu amargado y ensombrecido por la acedia, resume la actitud opuesta al Espíritu de la consolación del Señor. El mal espíritu de la acedia avinagra con el mismo vinagre tanto a los embalsamadores del pasado como a los virtualistas del futuro. Es una y la misma acedia, y se discierne porque trata de robarnos la alegría del presente: la alegría pobre del que se deja contener por lo que el Señor le da cada día, la alegría fraterna del que goza compartiendo lo que tiene, la alegría paciente del servicio sencillo y oculto, la alegría esperanzada del que se deja conducir por el Señor en la Iglesia de hoy. Cuando Jesús afirma “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oir” está invitando a la alegría y a la consolación del hoy de Dios. Y fíjense que de hecho es lo primero que acontece como gracia en el corazón de los presentes quienes, como dice Lucas, daban testimonio y estaban admirados de las palabras de gracia que salían de su boca. Pero la consolación no es una emoción pasajera sino una opción de vida. Y los paisanos de Jesús optaron por la acedia: “Habla bien pero por qué no hace aquí entre nosotros lo que dicen que hizo en Cafarnaúm”. Y vemos la misión universal del Siervo rebajada a una interna entre Nazareth y Cafarnaúm. Las internas eclesiales son hijas de la tristeza y siempre generan tristeza.

Cuando digo que la consolación es una opción de vida hay que entender bien que es una opción de pobres y de pequeños, no de vanidosos ni de agrandados. Opción del pastor que se confía en el Señor y sale a anunciar el evangelio sin bastones ni sandalias de más y que sigue a la paz –esa forma estable y constante de la alegría- dondequiera que el Señor la haga descender.

Este Espíritu de consolación no sólo está en el “antes de salir a misionar”. También nos espera, con su alegría abundante, en medio de la misión, en el corazón del pueblo de Dios. Y si sabemos mirar bien, en el ámbito de la alegría, es más lo que tenemos para recibir que lo que tenemos para dar. Y cuánto alegra a nuestro pueblo fiel poder alegrar a sus pastores. Cómo se alegra nuestra gente cuando nos alegramos con ella, y esto simplemente porque necesita pastores consolados y que se dejan consolar para que conduzcan no en la queja ni en la ansiedad sino en la alabanza y la serenidad; no en la crispación sino en la paciencia que da la unción del Espíritu.

La Virgen, quien recibe en abundancia las consolaciones de nuestra gente –que como Isabel, constantemente le está diciendo “¡feliz de Ti que has creído”, y “bendita entre las mujeres” “bendito el fruto de tu vientre, Jesús!”- nos haga participar de este Espíritu de Consolación para que nuestro Anuncio de la Verdad sea alegre y nuestras obras de Misericordia estén ungidas con óleo de júbilo.

Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.

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Tuesday, April 19, 2011

¡Pascua Joven en Rosario!

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¡Pascua Joven en Adrogué!

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¡Pascua Joven en Barracas!

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¡Pascua Joven en Barracas!
Este Jueves Santo, desde las 22:30 hs hasta las 07:00 hs del Viernes Santo le hacemos el aguante a Jesús toda la noche.
Vamos a celebrar la Misa Joven de la Cena del Señor, lo adoramos, celebramos la vida y la fe, compartimos entre nosotros y nos preparamos para su Gran Victoria en la Cruz.
De 15 años en adelante.
Acordate de traer algo para compartir en la cena del jueves.



¡No te lo podés perder!
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Friday, April 15, 2011

¡Escándalo y locura!

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Los primeros cristianos lo sabían. Su fe en un Dios crucificado sólo podía ser considerada como un escándalo y una locura. ¿A quién se le había ocurrido decir algo tan absurdo y horrendo de Dios? Nunca religión alguna se ha atrevido a confesar algo semejante. Ciertamente, lo primero que todos descubrimos en el crucificado del Gólgota, torturado injustamente hasta la muerte por las autoridades religiosas y el poder político, es la fuerza destructora del mal, la crueldad del odio y el fanatismo de la mentira. Pero ahí precisamente, en esa víctima inocente, los seguidores de Jesús vemos a Dios identificado con todas las víctimas de todos los tiempos.

Despojado de todo poder dominador, de toda belleza estética, de todo éxito político y toda aureola religiosa, Dios se nos revela, en lo más puro e insondable de su misterio, como amor y sólo amor. No existe ni existirá nunca un Dios frío, apático e indiferente. Sólo un Dios que padece con nosotros, sufre nuestros sufrimientos y muere nuestra muerte.

Este Dios crucificado no es un Dios poderoso y controlador, que trata de someter a sus hijos e hijas buscando siempre su gloria y honor. Es un Dios humilde y paciente, que respeta hasta el final la libertad del ser humano, aunque nosotros abusemos una y otra vez de su amor. Prefiere ser víctima de sus criaturas antes que verdugo.

Este Dios crucificado no es el Dios justiciero, resentido y vengativo que todavía sigue turbando la conciencia de no pocos creyentes. Desde la cruz, Dios no responde al mal con el mal. "En Cristo está Dios, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino reconciliando al mundo consigo" (2 Corintios 5,19). Mientras nosotros hablamos de méritos, culpas o derechos adquiridos, Dios nos está acogiendo a todos con su amor insondable y su perdón.

Este Dios crucificado se revela hoy en todas las víctimas inocentes. Está en la cruz del Calvario y está en todas las cruces donde sufren y mueren los más inocentes: los niños hambrientos y las mujeres maltratadas, los torturados por los verdugos del poder, los explotados por nuestro bienestar, los olvidados por nuestra religión.

Los cristianos seguimos celebrando al Dios crucificado, para no olvidar nunca el "amor loco" de Dios a la humanidad y para mantener vivo el recuerdo de todos los crucificados. Es un escándalo y una locura. Sin embargo, para quienes seguimos a Jesús y creemos en el misterio redentor que se encierra en su muerte, es la fuerza que sostiene nuestra esperanza y nuestra lucha por un mundo más humano.

José Antonio Pagola

17 de abril de 2011

Domingo de Ramos (A)

Mateo 26, 14-27,66

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Friday, April 08, 2011

¡Sí a la Vida! Dicen que Lázaro es testigo de esto...

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¡Queremos vida y Vida en abundancia!

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El relato de la resurrección de Lázaro es sorprendente. Por una parte, nunca se nos presenta a Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este momento en que se le muere uno de sus mejores amigos. Por otra parte, nunca se nos invita tan directamente a creer en su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá... ¿Crees esto?». Jesús no oculta su cariño hacia estos tres hermanos de Betania que, seguramente, lo acogen en su casa siempre que viene a Jerusalén. Un día Lázaro cae enfermo y sus hermanas mandan un recado a Jesús: nuestro hermano «a quien tanto quieres» está enfermo. Cuando llega Jesús a la aldea, Lázaro lleva cuatro días enterrado. Ya nadie le podrá devolver la vida.

La familia está rota. Cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y también él se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. ¿Quién nos podrá consolar?

Hay en nosotros un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de la que nadie nos puede curar.

Tampoco nos serviría vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo envejecido, lleno de viejos y viejas, cada vez con menos espacio para los jóvenes, un mundo en el que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos.

Hoy vivimos en una sociedad que ha sido descrita como "una sociedad de incertidumbre" (Z. Bauman). Nunca había tenido el ser humano tanto poder para avanzar hacia una vida más feliz. Y, sin embargo, nunca tal vez se ha sentido tan impotente ante un futuro incierto y amenazador. ¿En qué podemos esperar?

Como los humanos de todos los tiempos, también nosotros vivimos rodeados de tinieblas. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo hay que morir? Antes de resucitar a Lázaro, Jesús dice a Marta esas palabras que son para todos sus seguidores un reto decisivo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí, aunque haya muerto vivirá... ¿Crees esto?»

A pesar de dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la muerte. Sólo en él buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y para enfrentarnos a la muerte. Sólo en él encontramos una esperanza de vida más allá de la vida.

José Antonio Pagola

10 de abril de 2011

5 Cuaresma (A)

Juan 11, 1-45

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¡Misa Joven en Adrogué!

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El próximo domingo, 10 de abril, a las18hs...

¡Queremos encontrarnos con Jesús!

¡Celebrar su Vida y la nuestra...! Te invitamos a compartir Misa Joven.

¡Te esperamos!
Casa de Encuentro - Betharram
Soler 556. Adrogué. (Atrás del Carrefour)
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Encuentro + Misa Joven... ¡todo en Barracas!

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¡Empezamos mañana!

Te esperamos desde las 15:00 hs para encontrarnos, conocernos, tomarnos unos mates y jugar, desde 3er. año en adelante.


¡No te lo podés perder!


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Saturday, April 02, 2011

"Si venís a mí con tu corazón, te daré mis ojos..."

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El relato es inolvidable. Se le llama tradicionalmente "La curación del ciego de nacimiento", pero es mucho más, pues el evangelista nos describe el recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas hasta encontrarse con Jesús, «Luz del mundo». No conocemos su nombre. Sólo sabemos que es un mendigo, ciego de nacimiento, que pide limosna en las afueras del templo. No conoce la luz. No la ha visto nunca. No puede caminar ni orientarse por sí mismo. Su vida transcurre en tinieblas. Nunca podrá conocer una vida digna.

Un día Jesús pasa por su vida. El ciego está tan necesitado que deja que le trabaje sus ojos. No sabe quién es, pero confía en su fuerza curadora. Siguiendo sus indicaciones, limpia su mirada en la piscina de Siloé y, por primera vez, comienza a ver. El encuentro con Jesús va a cambiar su vida.

Los vecinos lo ven transformado. Es el mismo pero les parece otro. El hombre les explica su experiencia: «un hombre que se llama Jesús» lo ha curado. No sabe más. Ignora quién es y dónde está, pero le ha abierto los ojos. Jesús hace bien incluso a aquellos que sólo lo reconocen como hombre.

Los fariseos, entendidos en religión, le piden toda clase de explicaciones sobre Jesús. El les habla de su experiencia: «sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le preguntan qué piensa de Jesús y él les dice lo que siente: «que es un profeta». Lo que ha recibido de Él es tan bueno que ese hombre tiene que venir de Dios. Así vive mucha gente sencilla su fe en Jesús. No saben teología, pero sienten que ese hombre viene de Dios.

Poco a poco, el mendigo se va quedando solo. Sus padres no lo defienden. Los dirigentes religiosos lo echan de la sinagoga. Pero Jesús no abandona a quien lo ama y lo busca. «Cuando oyó que lo habían expulsado, fue a buscarlo». Jesús tiene sus caminos para encontrarse con quienes lo buscan. Nadie se lo puede impedir.

Cuando Jesús se encuentra con aquel hombre a quien nadie parece entender, sólo le hace una pregunta: «¿Crees en el Hijo del Hombre?» ¿Crees en el Hombre Nuevo, el Hombre plenamente humano precisamente por ser expresión y encarnación del misterio insondable de Dios? El mendigo está dispuesto a creer, pero se encuentra más ciego que nunca: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»

Jesús le dice: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es». Al ciego se le abren ahora los ojos del alma. Se postra ante Jesús y le dice: «Creo, Señor». Sólo escuchando a Jesús y dejándonos conducir interiormente por él, vamos caminando hacia una fe más plena y también más humilde.

José Antonio Pagola

3 de abril de 2011
4 Cuaresma (A)
Juan 9, 1-41
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